Infidelidad financiera, una nueva amenaza para las parejas

La infidelidad financiera, definida como la falta de honestidad con la pareja en materia del manejo de las finanzas familiares, se viene convirtiendo en materia de discusión. Mentir sobre una serie de temas vinculados a la administración de las finanzas personales constituye este tipo de falta que termina afectando la estabilidad y la solidez de nuestra relación de pareja y de la estructura familiar.

La incidencia de este tipo de infidelidad es alta. En Estados Unidos, donde se han realizado estudios al respecto, se ha llegado a la conclusión que el 80% de divorcios tienen algún tipo de problema financiero como la causa principal o una de las causas de la separación. Muchas veces este problema financiero es consecuencia de infidelidades financieras de distinta naturaleza.

¿Qué podemos hacer para que nuestra vida financiera de familia no tenga este tipo de obstáculos? Antes que nada, abrir los canales de comunicación. Muchas parejas no discuten sobre sus finanzas porque tienen opiniones distintas sobre cómo manejarlas o porque uno de los dos no tiene interés en el tema. Conversar periodicamente y planificar juntos las finanzas familiares puede ser una gran ayuda en este sentido. También ayuda fijar ciertos parámetros: las compras encima de determinado monto son conversadas previamente, los sueldos e ingresos familiares irán a un fondo que se usará de determinada manera, habrá un fondo para «gustitos» donde podremos recurrir sin remordimiento para compras superfluas o entretenimiento, se ahorrará un determinado porcentaje de los ingresos familiares, etc.

Una familia que se rija de acuerdo a un plan financiero y que se tome el tiempo de elaborarlo y hacerle seguimiento logrará evitar el riesgo de sufrir una infidelidad financiera y podrá, seguramente, alcanzar sus objetivos con mayor facilidad.

Frugal, el nuevo estilo de vida

A pesar de que nos suene como una palabra extraña y no común en nuestro lenguaje cotidiano, “frugal” es uno de los términos más utilizados en el mundo de las finanzas personales desde que empezó la más reciente crisis financiera internacional. No solamente se volvió un término recurrente en el lenguaje de los norteamericanos, sino también se volvió el estilo de vida a seguir, en la última moda.

Ser frugal es ser sencillo y poco abundante, según el diccionario. Yendo un poco más allá, el término apunta a un estilo de vida en el que uno consume menos de lo que su situación le permite y se auto-restringe de consumir bienes y servicios innecesarios. Es decir, gano S/.1,000, entonces me aseguro que me alcance para vivir y me sobre para acumular. Las compras se hacen a conciencia, pensando en lo que es realmente necesario y dejando a un lado toda compra por impulso y artículos que no aporten al estilo de vida deseado.

Una vida frugal no es una vida privada de gustos. Es simplemente una vida enfocada en dos cosas: en gastar menos de lo que ganamos y en gastarlo eficientemente. Paso previo importante es saber qué nos gusta y dónde queremos gastar nuestro dinero y dónde nos vemos en el futuro en términos financieros. Todo esto nos da un sentido de cómo y cuánto gastar. Dejamos de despilfarrar nuestro dinero para sacarle el máximo provecho derivándolo a las actividades que nos generan placer.

Hacer los cambios necesarios para llevar una vida más frugal no es fácil. No es gratuito que esta tendencia haya crecido en popularidad justamente cuando el desempleo en Estados Unidos superó el 10% por segunda vez en los últimos 60 años. Digamos que no ha sido un cambio voluntario, sino más bien forzado por las circunstancias, sea porque la gente se quedó sin trabajo o se enfrentó a la posibilidad de que sus finanzas personales se vean afectadas. Ante el riesgo, la mejor solución es la prevención. Ante la posibilidad de una reducción (o pérdida) de los ingresos, un ajuste en los gastos e iniciar una era de generación de excedentes (ahorros) resulta un gran alivio.

Las condiciones del mercado actual nos incentivan a optar por alternativas que no resultan apropiadas para nuestra necesidad real. Pagamos planes de celular con más minutos de lo necesario, pagamos paquetes adicionales de canales de cable que raramente vemos, compramos en supermercados que nos cobran mucho más por los mismos productos, comemos en los lugares donde queremos ser vistos, renovamos la tecnología mucho más rápido de lo necesario para estar en la última, etc. La vida nos lleva por ese camino que, finalmente, nos llena de bienes innecesarios y nos pone un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos reales: disfrutar sin preocupaciones económicas nuestros años de jubilación, comprar una casa más grande cuando la familia crece o mandar a nuestros hijos a una universidad privada con nuestros fondos, por ejemplo.

Cada uno debería de ponerse sus propios objetivos y debería de empezar haciendo ajustes mínimos, pero que sean testimonio de nuestra posibilidad de adaptarnos. “Voy a cambiar mi Blackberry por un celular tradicional y voy a contratar un paquete que no me cobre por datos”; “voy a hacer una lista de compras para eliminar las compras por impulso cuando vaya al supermercado”; “el primer pago que voy a hacer cuando me depositen el sueldo es una transferencia del 10% de mis ingresos a una cuenta de ahorro”; “voy a coordinar con mi vecino, que trabaja en el mismo edificio que yo, para ir un día en su carro y un día en el mío”; “voy a preparar mi lonchera todas las noches para almorzar en la oficina y dejar de almorzar todos los días en la calle”. Todas estas son estrategias fáciles de implementar que nos permiten empezar a hacer los cambios que nos llevarán a vivir una vida más frugal y asegurarnos un futuro más abundante. Una vez que descubramos que podemos hacerlo y veamos el impacto económico de estas medidas, los nuevos cambios resultan más naturales y menos traumáticos.

No esperemos a que las circunstancias nos obliguen a hacerlo… vivamos una vida más frugal y disfrutemos de los beneficios que ésta trae consigo.

Categorías: Ahorro, Plan Financiero

Deuda buena, deuda… tóxica

Hace pocas semanas publiqué un artículo en el blog titulado Tomando decisiones de compra de manera racional, donde abordaba las consecuencias del consumismo actual en nuestro futuro financiero. En esa oportunidad, mencionaba que esa necesidad de tener hoy día cosas que nuestras finanzas no nos permiten costear nos lleva muchas veces a cometer el error de financiarnos mediante tarjetas de crédito o préstamos personales. ¿El resultado? Nos vemos obligados a pagar cuotas por muchos meses, sacrificamos buena parte de nuestro dinero en el pago de intereses y, como dicen muchos planificadores financieros, le robamos a nuestro propio futuro para satisfacer un capricho actual.

Sin embargo, debemos de hacer una evaluación de la calidad de nuestro endeudamiento para conocer nuestro estado de “salud” en este sentido. No todos los que tenemos deudas estamos en una posición de riesgo o problemática y no todas las deudas son malas y deberían de ser eliminadas de inmediato. Al igual que en casi cualquier otro caso, la estrategia frente al endeudamiento es relativa: dependiendo de cada quien, de sus actitudes ante el dinero, de su capacidad de tolerar riesgos, de sus necesidades actuales y de muchas otras variables, se deben de evaluar las deudas y tomar decisiones con respecto a ellas.

Es importante partir entendiendo que existen deudas buenas y deudas malas (también conocidas como deudas tóxicas). La diferencia entre unas y otras es que la primera usualmente financia algún tipo de inversión que va a generar valor en el futuro, mientras que la segunda suele financiar un estilo de vida que va más allá de lo que los ingresos de la persona permiten.

Dentro de la primera categoría los dos ejemplos tradicionales son los créditos estudiantiles o los créditos hipotecarios. Un crédito estudiantil normalmente le permite a una persona acceder a algún tipo de estudio que lo revalorizará ante los ojos del mercado empleador o, en caso de ser independiente, le aporta una serie de herramientas que deberían de impactar positivamente en sus resultados. Una maestría o un curso de especialización, que normalmente se financian mediante este tipo de crédito, suele tener un impacto inmediato en los ingresos de la persona y, por lo tanto, se considera una deuda saludable y hasta recomendable en algunos casos. De igual manera, un crédito hipotecario permite la compra de una propiedad que se va a convertir en parte importante del patrimonio familiar. A diferencia de un crédito vehicular, esta hipoteca respalda la adquisición de un activo que se debería de apreciar en el tiempo y que debería de servir de hogar a la familia o, en su defecto, como una fuente alternativa de ingresos.

Caso contrario es el de los endeudamientos obtenidos con el fin de financiar cosas que no van a sumar al patrimonio o al futuro de uno. En esta categoría usualmente están los créditos de consumo o los gastos en tarjeta de crédito que no pueden ser cancelados en su totalidad al final del mes. Normalmente estos créditos pagan estilos de vida que van más allá de las posibilidades reales de la persona, llámese viajes, ropa, joyas, novedades electrónicas (juegos de video, televisores, computadoras, celulares, etc.), entretenimiento, etc. Este tipo de gasto no aporta nada al patrimonio personal y, como consecuencia de las altas tasas de interés que acompañan a estos créditos, van restando posibilidad de acumulación de ahorros en el futuro. Esta deuda tóxica, hueca y destructora de riqueza debe de evitarse a toda costa, pues es aquí justamente donde empezamos a robarle a nuestro futuro a través del pago de altas sumas de dinero en intereses.

Es difícil tomar la decisión de no comprar algo cuando tenemos la línea de crédito disponible para hacerlo. Es difícil aguantar el impulso y esperar para recibir esa gratificación de haber comprado lo que realmente queríamos. Sin embargo, en la medida que lo sigamos haciendo, seguiremos acumulando deudas tóxicas y seguiremos enredados en ese espiral del cual aparentemente nunca podemos salir.

Muchas son las recomendaciones para evitar caer en la tentación de hacer una compra hueca: no comprar al momento que se nos ocurre, sino esperar unos días para reconocer si es una necesidad o un capricho; solamente comprar con la tarjeta de débito o en efectivo, nunca con tarjetas de crédito o incluso dejar las tarjetas de crédito en casa; disponer de un presupuesto mensual para gastos adicionales y no excederlo en ningún caso; entre muchas otras estrategias.

A fin de cuentas, quien decide si hace la compra es uno mismo y quien asume las consecuencias de ellas es uno mismo. Si nos llenamos de deuda tóxica y sentimos que nunca podemos salir de ella es porque nosotros nos pusimos en ese lugar. Si decidimos dejar de hacerlo y trabajar para mejorar la calidad de nuestras deudas, en el largo plazo tendremos mayor disponibilidad de efectivo para vivir ese estilo de vida que hoy no podemos.

El Fondo de Emergencia

Uno de los temas en los que existe mayor consenso en el mundo del planeamiento financiero es la necesidad de que todos creen y mantengan un fondo de emergencia. Éste, como su nombre lo indica, sirve como una especie de seguro al cual podemos recurrir en caso de necesitar efectivo de manera imprevista a causa de alguna emergencia.

Si hay algo cierto, es que en la vida uno tiene que esperar y estar preparado para lo inesperado. Podemos sufrir un accidente, enfermarnos, perder a un familiar cercano, tener que arreglar o reemplazar algo que pensábamos que seguiría funcionando, quedarnos sin trabajo o enfrentar un problema legal, por ejemplo. En fin, las formas en las que se puede presentar una emergencia son tan diversas que resulta imposible prepararse para ella. Sin embargo, podemos aliviar buena parte de la tensión ocasionada por un imprevisto si es que tenemos el respaldo financiero para enfrentarlo.

Sin duda la parte más difícil de empezar a acumular en un fondo de emergencia es justamente eso: empezar. Pero existe maneras de hacerlo más sencillo. Un buen primer paso es definir cuál es nuestro objetivo de ahorro. En este punto debería de hacerse un análisis personal para calcular un monto apropiado. Factores como el nivel de endeudamiento, otros ahorros, tenencia de activos (que eventualmente podrían ser vendidos), distintas coberturas a través de seguros y demanda por empleos en la línea de trabajo donde se desempeña deberían de permitir un cálculo apropiado.

Hay corrientes conservadoras, que desde la crisis internacional del 2008 se volvieron aun más extremistas, que sostienen que uno debería de tener entre nueve y doce meses de gastos en su fondo de emergencia. Ojo que el cálculo se hace por gastos mensuales, no por ingresos mensuales. Otros enfoques menos conservadores suelen ubicarse en un rango que va entre los 3 y los 6 meses de gastos. Finalmente, el monto a ahorrar dependerá de cada quien y de sus propios cálculos.

Una vez definido el objetivo numérico de cuánto queremos acumular, pasamos a definir otras variables importantes. Tenemos que decidir dónde, cómo y a qué ritmo ahorraremos este dinero. La recomendación usualmente apunta a que la acumulación se haga en una cuenta creada exclusivamente para ese fin, sea en el mismo banco con el que trabajamos normalmente o en alguna otra institución. Dependiendo del perfil de cada quien, podría escogerse una cuenta de ahorros regular, un fondo mutuo o algún otro instrumento que permita acumular en el tiempo, siempre y cuando éste no vaya a generar fluctuaciones importantes en el valor de nuestro ahorro (como pasaría si compramos acciones).

Resulta básico escoger un instrumento para el ahorro que nos permita un acceso rápido al dinero para cubrirnos en una eventual emergencia. La liquidez, en este caso, importa más que la rentabilidad que nos pueda generar ese dinero. En la medida que nos quede claro que este ahorro nos está comprando “tranquilidad”, tal y como hacen los seguros, sabremos que su tímida capacidad de generar intereses o ganancias se compensa con su facilidad de acceso y capacidad de “salvarnos la vida” en un momento de crisis.

En el Perú existe un producto obligatorio para todos los empleados formales que asemeja al fondo de emergencia, pero que solamente sirve en la eventualidad de perder el trabajo. La Compensación por Tiempo de Servicios, o CTS, sirve para que aquellas personas que se quedan sin trabajo (voluntaria o involuntariamente) tengan un fondo del cual vivir por una temporada. De ahí la imposibilidad de usar un porcentaje del dinero depositado por el empleador en esta cuenta. Entonces el fondo de emergencia no es un concepto nuevo o desconocido para nosotros. Es más bien, un complemento optativo a algo que la ley laboral nos obliga a tener.

El beneficio de contar con un fondo de emergencia es múltiple dado que no solamente nos alivia emocionalmente, sino que también nos puede ayudar a afrontar rápidamente y sin necesidad de recurrir a alguien más ante una urgencia. Finalmente, es un activo más que suma a nuestro patrimonio y que, además, nos resultará útil cuando más lo necesitamos.

Categorías: Ahorro, Plan Financiero

Cómo calcular el Patrimonio Personal

Existe mucha confusión con relación al tema de cuánto vale el patrimonio de una persona. Algunos creen que solamente quienes poseen bienes inmuebles (llámese casa, departamento, etc.) tienen un patrimonio; otros creen que el patrimonio es solamente la suma del valor de aquellas cosas que tenemos y que podemos vender por un precio determinado. Finalmente, lo que importa es que el cálculo que hagamos del patrimonio de una persona o una familia sea un reflejo claro de cuál es el valor de su propiedad neta, descontando toda deuda u obligación que pudiera existir.

Partiendo del Balance General, estado financiero que usan las empresas para determinar el valor de su patrimonio, podemos arrancar con el ejercicio de calcular el valor de las propiedades de una persona. La información a considerar es la misma, aunque seguramente será bastante más sencillo que cuando lo hacemos para una empresa.

Un primer punto relevante es saber que el Patrimonio Neto (llamaremos así al documento que replica el Balance General de las empresas) se prepara a una determinada fecha y refleja el valor de los bienes y de las deudas a esa fecha. Es decir, es un documento estático, como tomarle una foto al valor de lo que tenemos y debemos en un determinado momento del tiempo.

Lo primero a registrar es qué tenemos. Esto es lo que las empresas llaman “activo” y hace referencia a todo tipo de propiedad con algún valor económico que nos pertenezca. Y para simplificar la tarea, separaremos el “activo de corto plazo” del “activo de largo plazo”. El primero de ellos es cualquier propiedad líquida o rápidamente convertible en efectivo que tengamos. Aquí sumamos entonces nuestra cuenta de pago de haberes, cuentas de ahorros, fondos mutuos, acciones y otros valores similares. El segundo hace referencia a todos los bienes que tengamos y que no podamos convertir rápidamente en dinero. Usualmente se registra en este espacio el valor de mercado actual de los vehículos, casas o terrenos que sean de nuestra propiedad, por ejemplo. También hay cuentas que se pueden registrar en esta sección, como la porción intangible de la CTS (Compensación por Tiempo de Servicios) o el saldo de la cuenta de jubilación en la AFP.

Y aquí nos encontramos con uno de los obstáculos para la realización correcta del ejercicio. Algunos argumentan que la suma de todos los activos equivale al patrimonio. Esto puede ser cierto en el caso de una persona que no tiene deudas de ningún tipo. Sin embargo, para aquellas personas que tienen algún tipo de deuda, no es el caso. A continuación, se debe repetir el mismo ejercicio, pero esta vez sumando las deudas.

Al igual que con los activos, los “pasivos” o deudas deben de registrarse una por una de acuerdo al saldo adeudado a la fecha del análisis. En este caso, registraremos todas las deudas juntas, dado que la división entre aquellas de corto y largo plazo no es tan evidente como en el caso de los activos. Resulta especialmente importante no olvidar ninguna deuda a la hora de registrarlas. Todo, desde tarjetas de crédito hasta créditos hipotecarios, créditos de consumo, deudas por servicios (luz, agua, etc.) y cualquier otro tipo de compromiso previamente asumido y sobre el cual existan pagos pendientes debería de estar registrado aquí.

Esta parte resulta vital dado que muchas veces tenemos alguna propiedad que estamos pagando y que, en la práctica, no es del todo nuestra. Si, por ejemplo, hemos comprado un departamento usando un crédito hipotecario para financiarlo, solamente la diferencia entre lo que vale el departamento y lo que nos queda como saldo del crédito debería de considerarse como patrimonio. Entonces, si el departamento costó S/.100,000 y tenemos ese valor en el lado de activos, el monto que debamos por el crédito debería de restarse para determinar cuántos de esos S/.100,000 son en estricto propiedad nuestra. Si tenemos una deuda por S/.85,000 por ese departamento, la porción de esa propiedad que nos pertenece sale de restar los S/.100,000 menos esos S/.85,000, es decir, S/.15,000. ¿Por qué hacemos este neteo? Porque si mañana vendemos ese departamento en el precio original, es evidente que no vamos a registrar un ingreso de S/.100,000 en nuestra cuenta bancaria, sino que vamos a tener que cancelar el crédito y nos quedaremos sólo con la diferencia.

Este mismo ejercicio es el que haremos una vez sumados todos los activos y todas las deudas. Nuestro patrimonio va a ser el resultado de este cálculo sencillo. Y el número que obtengamos luego de restar activos menos pasivos será el valor final real de nuestro patrimonio.

Al igual que una empresa, lo recomendable es hacer el ejercicio cada cierto tiempo para revisar que nuestro patrimonio va por el camino correcto (idealmente creciendo en valor) y que hay cierta evolución. De esta forma, podemos empezar a tomar decisiones para que el valor de nuestro patrimonio vaya en el camino deseado.

Tomando decisiones de compra de manera Racional

No cabe duda que una de las críticas más frecuentes al hombre moderno es esa tendencia creciente a valorar a las personas por lo que tienen y no, como debería de ser, por su calidad humana o las características que diferencian a unos de otros. Además de esto, como si no fuera suficiente, el consumismo exagerado y el falso concepto de necesidad de tenencia de determinados bienes se mezclan en un cóctel mortal – financieramente hablando – que atenta contra cualquier posibilidad de llevar una vida económica plena.

Todos estos factores confabulados son los que nos llevan a tomar decisiones financieras de una manera emocional, guiados por el “qué dirán” más que por la utilidad que los productos que compramos nos brindarán. El clásico ejemplo de los últimos años es el celular. Hoy no compramos un celular para hacer y recibir llamadas, como solía pasar o como debería de ser en la mayoría de casos. Compramos el celular que demuestre que llevamos el accesorio de moda, aunque en la mayoría de casos no aprovechemos ni siquiera una fracción de lo que el aparato ofrece. Si lo analizamos, la funcionalidad del celular pasa a un segundo plano; lo primero y más importante es qué va a decir de nosotros ese celular: que somos modernos, que tenemos el dinero para comprar un equipo caro, que estamos en todas.

Y si el ejemplo del celular suena absurdo, proyectemos la misma regla al momento en que tomamos la decisión de comprar ropa, cambiamos de carro, viajamos, etc. Siempre el componente de qué proyecta la decisión que tomamos en nuestro posicionamiento personal está presente en algún grado.

Ese factor es el culpable que tomemos decisiones equivocadas y que veamos comprometido nuestro futuro financiero a causa de ellas. Pagamos S/.1,600 por un celular cuando hubiéramos estado igual de bien pagando S/.390 por un equipo que cumple con las funciones que necesitamos. Nos endeudamos bastante más de lo que podríamos hacer sanamente para comprarnos el tope de línea del modelo de carro que queríamos o para que nuestro departamento sea en San Isidro en lugar de Jesús María, para dar solamente dos ejemplos.

Las cuestiones psicológicas que originan estas decisiones erradas y costosas son tema de discusión y de estudio. Muchos de ellos mencionan factores de inseguridad, necesidad de pertenecer a algún grupo o vergüenza. Lo cierto es que, fuera del aspecto psicológico, al tomar estas decisiones estamos comprometiendo buena parte de nuestro futuro financiero para poder asumir los costos de la decisión. Robert Kiyosaki, célebre autor y experto en finanzas, describe esto como la “carrera de la rata”.

A final de cuenta, todas las decisiones que tomemos basados en el qué dirán, que nos lleven a comprar productos que escapan a nuestra posibilidad económica, las terminaremos pagando bastante más caro de lo que podríamos imaginar. No solamente pagaremos por más tiempo, acumularemos más deuda y con ella mayores desembolsos por intereses, sino que no desarrollaremos la capacidad de ahorro y acumulación que nos permitiría obtener la independencia financiera futura. Es un espiral en el cual podemos transitar por años, quizá durante toda nuestra etapa productiva, con consecuencias fatales hacia el final de la carrera.

Hoy más que nunca tenemos que tomar el control de nuestras decisiones. Hoy que el consumismo, confabulado con la apertura del crédito y la posibilidad que casi cualquiera tiene de acceder a fuentes de financiamiento, nos incita a tomar decisiones complejas sin hacer el debido análisis de las consecuencias debemos de hacernos un espacio y pensar qué necesitamos, cómo lo podremos obtener y cuál será la consecuencia futura de dicha decisión. De lo contrario, llegaremos a nuestros años de jubilación con deudas, preocupaciones económicas o ahorros tímidos e insuficientes.

Interés Compuesto: Un Efecto Bola de Nieve a nuestro favor

Quisiera pensar que todos entendemos lo que significa el término interés compuesto. Quisiera pensar que no sólo lo entendemos, sino que lo dominamos y lo utilizamos a nuestro favor, asegurando para nosotros mismos una situación económica futura más prospera. Sin embargo, la falta de educación financiera se traduce en un desconocimiento generalizado de éste y otros términos cuyo dominio nos permitiría tomar mejores decisiones de qué hacer con nuestro dinero.

En simple, el interés compuesto es aquel que se genera sobre la suma de los depósitos realizados (o el capital) y todos los intereses que acumulen dichos depósitos en el tiempo. Y entonces surge la pregunta, ¿por qué tanto énfasis en que se conozca y entienda el interés compuesto? Básicamente porque nos afecta a todos, dado que no solamente es el mecanismo que usan los bancos para pagarnos por nuestras cuentas de ahorro, sino que suele ser la forma de calcular y aplicar los intereses que ganamos en distintos productos financieros.

No sólo es importante conocer y entender el término, sino también evaluar su impacto sobre nuestras finanzas personales. El impacto de un interés compuesto en nuestra capacidad de acumulación de dinero puede ser tal, que vale la pena hacer el ejercicio y conocer cuánto podemos dejar de ganar por no tomar una decisión acertada en este sentido. De esta forma, contaremos con las herramientas necesarias para tomar una decisión informada del tipo de producto financiero que elijamos para nuestro dinero.

La mejor forma de visualizar el impacto real del interés compuesto es a través de un ejemplo. Y para ello consideremos los siguientes supuestos:

Depósitos anuales de S/.500. La renovación de cada año se hace por el saldo al final del año (capital + intereses) y el nuevo depósito.

  • 30 años de duración.
  • Tres opciones de cuentas: a.Cero Interés – para rastrear cuánto se ha aportado; b. 2% de Interés anual – una cuenta bancaria común; c. 10% de Interés anual – cuenta de plazo fijo en una Caja Municipal.
  • Las tasas y tipos de cuenta son sólo referenciales y están dentro de los rangos de productos que se consiguen en el mercado. Sus características pueden variar, pero el foco del análisis es en los intereses, no las condiciones de cada cuenta.

Corriendo rápidamente la simulación observamos que, para fines del año 10, esta persona ha depositado S/.5,000 de su dinero y ha acumulado saldos de S/.5,584 en la cuenta bancaria y S/.8,766 en el plazo fijo. En términos porcentuales, han generado un 12% y 75% de rentabilidad, respectivamente. Toda esta diferencia se debe a cómo el interés compuesto trabaja por nosotros. Yendo un poco más allá, durante el año 12 la rentabilidad de la segunda cuenta hace que nuestro capital se duplique.

Extendiendo el cálculo notaremos aún más el impacto del interés compuesto. Si observamos qué sucede al final del período de análisis, cerrado el año 30, esta persona ha acumulado aportes por S/.15,000. La cuenta bancaria que pagó 2% durante todo el período, termina el mismo con un saldo de S/.20,690, acumulando una rentabilidad de S/.5,690, equivalente al 38%. Sin embargo, la cuenta a plazo que pagó 10% durante los 30 años cierra el mismo período con un saldo de S/.90,472 alcanzando una rentabilidad de S/.75,472 o 503%. ¿Cuánto esfuerzo tuvimos que hacer para ganar esos casi S/.70,000 adicionales? Nada más allá de informarnos sobre las tasas disponibles en el mercado y tomar la decisión de qué producto nos interesa y conviene más.

Esos S/.70,000 de diferencia entre ambos casos es testimonio suficiente del poder de los intereses compuestos y del efecto “bola de nieve” que éstos generan en el tiempo. El conocimiento y dominio de éste término nos permitirá, entonces, tomar mejores decisiones que nos permitan construir riqueza y seguridad económica para nuestro propio futuro.

¿Por qué aplicar planeamiento financiero a nuestras vidas?

Independientemente del objetivo que tengamos en mente, un buen plan suele ser la mejor manera de visualizar hacia dónde queremos ir, permitiéndonos concentrar esfuerzos para llegar hasta ese punto. Esto es tan cierto para las empresas como para las personas… y es cierto en distintos ámbitos, circunstancias y situaciones.

Esta es la premisa que da vida al concepto de Planeamiento Financiero, aplicado, para fines de este documento, a las personas y familias. A fin de cuentas, quienes tienen claro qué quieren lograr son quienes pueden tomar las acciones necesarias para alcanzarlo.

En términos financieros, aunque no estemos acostumbrados a verlo de esa manera, todos somos una especie de empresa. ¿Por qué una empresa? Porque todos generamos ingresos e incurrimos en gastos. Todos tenemos algún tipo de ingreso, llámese este ingreso propina, sueldo, renta, dividendo, comisión o cualquier otra denominación que implique recepción de dinero. De la misma forma, todos tenemos gastos: cuentas que pagar, alquiler, cable, compras, etc.

Como consecuencia lógica de lo dicho anteriormente, dependiendo de cómo administramos ese balance ingresos – gastos, somos generadores o destructores de riqueza. Aquellas personas que viven dentro de sus posibilidades (condicionados básicamente por su nivel de ingresos) y que generan algún tipo de residuo económico, están creando una utilidad o generando riqueza. Quienes gastan más de lo que reciben, están generando pérdidas o destruyendo riqueza y tienen que realizar los ajustes necesarios cuanto antes para evitar problemas en el futuro derivados de un efecto “bola de nieve”.

Pero surgen entonces una serie de preguntas al respecto: ¿Cómo sé si estoy generando o destruyendo riqueza? ¿Por qué hacer cambios si el día de mañana voy a tener mayores ingresos y podré parchar todos los huecos generados en el camino? La respuesta está en la manera en la que las finanzas afectan nuestra vida. Una situación financiera comprometedora no solamente genera estrés y ansiedad; es también causante de problemas familiares, frustración y una sensación permanente de insatisfacción.  

La mejor manera de enfrentar nuestras propias finanzas es tomar control de ellas. Y la mejor manera de empezar es desarrollando un documento que se conoce como Plan Financiero. La preparación de dicho documento es un proceso sencillo que nos permite tomar una “radiografía” de nuestra situación financiera actual, visualizar nuestra situación financiera deseada (que se logra al poner en blanco y negros nuestros objetivos) y definir las estrategias o acciones a tomar para alcanzar dichos objetivos. Cada persona tendrá un plan distinto, partiendo de una situación específica, fijando una serie de objetivos muy personales y desarrollando el plan de acción en base a lo que cada uno sabe que puede poner en práctica.

Como resultado obtenemos el Plan Financiero, documento que se convierte en la hoja de ruta de las decisiones financieras de la persona. A partir de la realización de este plan, podremos tomar decisiones bastante más informadas sobre nuestras finanzas personales y conocer el impacto de las mismas. A partir de este plan y de su puesta en marcha, empezamos a tomar el control de nuestras finanzas y damos inicio al viaje que idealmente nos llevará hacia la independencia financiera.

Categorías: Plan Financiero